En mis primeros días tuve mi primera convulsión; esto hizo que solo me pudieran alimentar con una jeringa durante el primer año. Después de muchos doctores y cirugías, decidieron operarme para extraer uno de los hemisferios de mi cerebro. Los médicos decían que mi estado iba a ser el de un bebé y que jamás podría, ni siquiera, hablar; era impensable que pudiera caminar.
La verdad es que yo no me daba cuenta de esto, pues todavía era muy pequeño, pero mi mamá sí. Fue ella quien decidió creer en mí y en toda la vida que tenía por delante. Por eso, decidió llevarme al CRIT; ahí recibí hidroterapia, terapia de lenguaje y estimulación temprana. El problema era que cualquier avance se perdía después de cada convulsión.
Después de otras operaciones, retomé mi terapia y mi progreso fue notorio. Nadie podía creer todas las cosas que lograba. Así, poco a poco, di mis primeros pasos y después pronuncié mis primeras palabras. Descubrí mi amor por la música; disfruto cantar y bailar. Para mí, la música es una forma en la que puedo sentir la alegría de la vida y disfruto como mi cuerpo se expresa a través de ella.
Mis papás siempre me han cuidado y protegido mucho. Por eso, cuando les propusieron que yo participara en una carrera, les daba miedo llevarme, pero al final me preguntaron si quería, y ante mi emoción no pudieron decir que no. Allí experimenté la satisfacción que otorga el deporte. Para mí, ir en la carreola era una sensación nueva, mágica, que no conocía. Es un sentimiento de libertad que se apodera de mí cada vez que siento el aire chocar contra mi rostro.
También me puse la meta de algún día ser yo quien pudiera empujar a Mario, mi pareja. La cumplí cuando en la última carrera en los últimos 100 metros pudimos cambiar de roles y él terminó la carrera en la carreola.
Esto no solo me llena de satisfacción porque soy consciente de que la mayor fuerza que existe en esta vida es la voluntad. Querer hacer las cosas sin importar las circunstancias ni sumirse en ellas cuando no son las más favorables. Disfruto mucho ver la cara de alegría de mis padres y de mi hermana cada vez que se alegran porque cumplo mis sueños.
A mi mamá, los doctores le dijeron tres veces que yo no tenía esperanza de vivir; nadie hubiera pensado que podría llegar a disfrutar del mundo como lo hago ahora. Aunque cumplí una primera meta que fue terminar la carrera empujando a mi compañero, sigo avanzando cada día para que no solo sea un tramo, sino para poder empujarlo desde el principio.